jueves, 30 de diciembre de 2010

FRENTE DE BUITRAGO EN MADRID

Entre las docenas de mujers que llevaban las Brigadas en sus filas, sobresalían dos, Rosario y Felisa. Las dos muchachas cuentan con 18 años. Una, morena de ojos negros, la otra, morena de ojos transparentes.
Rosario tiene un temperamento fogoso que ha desahogado en el Guadarrama haciendo bombas y arrojándolas al enemigo. Le averguenza que muchas mujeres vayan a presumir y a mujerear a las trincheras.
La dinamital e ha comido la mano derecha, y ella dice que aún sigue teniendo la mano izquierda para seguir fabricando bombas, tarea que aprendió de un minero asturiano, ya muerto en el pueblo por los barracones de la sierra. No puede estar quieta, inactiva.

Felisa habla poco. Trabaja mucho y parece que siempre está envuelta en el resplandor del agua mediterránea de sus largos ojos. Va a todas partes con su máquina de escribir a todos lados y no interrume su escritura, ni las bombas que la rodean, ni los obuses que entran hasta la primer habitación donde imprime las palabras del Campesino, que le dicta entredormido, tras largos combates.
Cuando Felisa acaba su trabajo, son las dos o las tres de la madrugada. Entonces, se duemre sobre su silla. Lo único ruidoso en ella es su máquina.

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