sábado, 1 de enero de 2011

ROSARIO LA DINAMITERA

Madrid no tenía el aire festivo de otros fines de semana. Aquel sábado 18 de julio de 1936, la capital habia abortado el levantamiento militar iniciado la víspra en el protectorado de Marruecos, que se había extendido por la península como el aceite. Miles de obreros asaltaron el Cuartel de la Montaña, principal foco rebelde, y se preparaban para defender la ciudad del autodenominado Ejército Nacional, que avanzaba desde el Norte para hacerse con los embalses de Loyola.


Decenas de camionetas partieron la madrugada del día 19 rumbo a la sierra, repletas de jóvenes que se habñian ofrecido voluntarios para combatir, convencidos de que en cuestión de días estarían de vuelta en casa. Entre los que viajaban en esos camiones, camino de Buitrago, viajaba una muchacha de 17 años, Rosario Sánchez Mora. Se había alistado la tarde anterior sin decir nada a su familia, en el centro cultural Aida Lafuente, que la Juventud Socialista Unificada (JSU) tenía en el número 10 de la calle Bernardino, a unas manzanas de su domicilio.


Rosario llevaba un año viviendo en casa de unos vecinos de su pueblo, Villarejo de Salvanés, que se la habían traído a Madri para que cuidara de sus hijos. Andrés Sánchez, su padre, no quería que se marchase del pueblo, pero al final accedió con la condición de que aprendiera corte y confección. Él hubiera preferido que hubiera estudiado para comadrona o maestra, pero sin dinero para pagarle los estudios, un oficio era lo máximo que le podía ofrecer. Anrés había enviudado años antes de la madre de Rosario, se había vuelto a casar y tenía otros 5 hijos de su segundo matrimonio, de modo que no le pareció mal que su hija se marchara a la capital a labrar su futuro.


Al llegar a sus destinos, Rosario y sus compañeros fueron encuadrados  en una de las unidades de choque que se batía con el enemigo en primera línea de fuego, a las órdenes de un joven de 26 años, robusto, de mediana estatura y barba cerrada: Valentín González, al que todos apodaban "El Campesino". Con un mosquetón de 7kg y sin nociones de armas que las recibidas en las trincheras, Rosario comenzó a pelear como un miliciano más en una línea de frente que se prolongaba a lo largo en muchos kilómetros. Disparaba contra un enemigo que sabia estaba a corta distancia, pero que nunca había visto. En la Peña del Alemán, una posición avanzada que los fascistas habían señalado como objetivo prioritario, vio morir a muchos de los muchachos que viajaron con ella desde Madrid.


Tras dos semanas de enfrentamientos, donde lograron contener a los rebeldes, la guerra en la sierra dejó de ser una guerra abierta para convertirse en una batalla de posiciones. Rosario fue entonces destinada a la sección de dinamiteros, que estaba al mando el capitán Emilio González González, un minero barrenista de Sama de Langreo, Asturias, especialista en el manejo de fulminantes y dinamita. El grupo tenía su base en una casa abandonada entre Buitrago y Gascones, a 5km de la línea e fuego, donde disponían de un pequeño polvorín en el que almacenaban los explosivos y confeccionaban unas rudimentarias bombas. Los artefactos en cuestión, eran latas e leche condensada, que se reciclaban hasta convertirse en granadas de mano. 
El proceso era simple: se llenaba la lata de clavos, tornillos y cristales, y sobre ellos se vertía la dinamita. Luego, se cerraba el bote con su propia tapa, y se ataba con una cuerda y trapos para que no se derramase el contenido. La tarea más peligrosa era colocar el fulminante y la mecha para que aquello estallara, de lo que se encargaba personalmente el capitán González.


La mañana del 15 de septiembre, Rosario y sus compañros aprendían a efectuar una descarga de cartuchos de dinamita, mucho más fáciles de manejar que las bombas de lata. Eran 10 milicianos, y Rosario se colocó la última de la izquierda. Cuando prendió su mecha, la oyó silbar. La noche anterior había llovido y estaba húmeda; se quemaba por dentro, pero no por fuera, y n sintió el calor de la llama en la uá de su dedo pulgar, que indicaba el momento de lanzarla. El cartucho estalló en su mano derecha, que le destrozó todo por encima e la muñeca. Herida de gravedad fue operada en el hospital de la sangre de Cruz Roja en La Cabrera, donde consiguieron salvarle la vida.


Llevaba varios días convaleciente en el hospital, cuando el filósofo y catedrático de la Universidad de Madrid, José Ortega y Gasset, acudió a visitarla al conocer la historia e la joven muchacha que había perdido una mano en el frente. Iba camino a Valencia y aprovechó el viaje para informar personalmente al padre de Rosario de lo ocurrido, que esa misma noche se desplazó al hospital.El hombre, fervinte republicano, se enorgulleió de su hija.


Rosario fue trasladada al Hospital de la Cruz Roja en la Calle Victoria, y de allí, a otro instalado en la Facultad de Filosofía y Letras para que acabara su recuperación. Para entonces, 4 de noviembre, los fasicstas se encontraban a 5km de la capital. La caída de Madri parecía inminente, y con ello, el fin de la guerra. Así lo creía hasta el propio gobierno de Largo Caballero, que abandonó la capital rumbo a Valencia. Dos días más tare, Rosario y sus compañeros de convalecencia fueron evacuados del hospital ante la proximidad del enemigo, que estaba a unto de lanzar su mayor ofensiva contra la Ciudad Universitaria. Aún débil fue ingresada en el Hospital de San José y Santa Adela, en la calle de Eloy Gonzalo, que abandonó posteriormente con la intención de volver a las trincheras, aunque fuera con una sola mano.


La unidad de choque del Campesino se había convertido en la 10º Brigada Mixta, con más de 3.000 hombres, y su comandancia estaba en el convento de las Clarisas de Alcalá de Henares. Rosario fue rcibida como una heroína y destinada al Comité de Agitación y Propaganda.


La estancia en Alcalá fue corta, apenas de una semana, pues el Campesino trasladó su estado mayor a Ciudad Lineal, primero, y a un chalé en el número 11 de la calle O´Donell, y Rosari o se fue con él encargada de la centralita. Antonio Aparicio, poeta sevillano, al que conoció en Alcalá, se convirtió en asiduo del lugar y entabló con él una gran amistad. Un ía vino acompañado de otro poeta amigo suyo, llamado Miguel Hernández, quien había escrito un poema a la joven por las hazañas que los compañeros le contaban en cmapos de batalla. 
A la amistad de Antonio se unió la de Miguel y después la de Vicente Alexandre, inseparable de ellos.


Los días discurrían tranquilos en el chalé, aunque las noticias que llegaban del frente cada vez eran más preocupantes. Los bombardeos se iniciaban al amanecer, "el lechero" lo llamaban los madrileños, y los cañones batían la Gran Vía, bautizada como Avenida de los Obuses o del "Quince y Medio" por el calibre de los proyectiles que impactaban en sus edificios. Una mañana apareció en la oficina un joven que Rosario no había visto nunca. Era alto, apuesto, pelo ondulado y ojos claros, y un latigazo le recorrió el corazón. Desde entonces, esperaba a diario la visita de este joven. Del cruce de miradas, pasaron a los saluos y luego a las charlas prolongadas. Se llamaba Francisco Burcet Lucini, tenía 20 años  era sargento de la Sección de Muleros de la Brigada. Comenzó a cortejarla y en semanas, nervioso, le pidió relaciones. Rosario acepotó y su recién estrenado noviazgo se basaba en visitas fugaces y algún breve paseo por el Retiro. Nunca fueron juntos al cine, ni ella le dejó que le cogiese la mano, y mucho menos que le diera un beso.


Había pasado un año de guerrra cuando se le presentó de nuevo la oportunidad de volver al frente. La 10º Brigada Mixta del Campesino se habia convertio en la 46 División, con más de 12 il hombres a su disposición, que en el verano de 1937 intervino en una ofensiva en Brunete para intentar atrapar en una bolsa a las fuerzas nacionales que sitiaban Madrid desde el suroeste. El ataque fue de tal magnitud que el pueblo claudicó en horas, aunque la s pequeñass guarniciones de Quijorna y Villanueva del Pardillo resistieron.Rosario fue elegida para convertirse en cartera del frente, nexo e unión con el Estado Mayor en la capital y llevar la correspondencia a los soldados.


Las cartas para el frente se recibían en una dependencia situada en el número 18 del Paseo del Prado. Un  grupo de chicas las ordenaban por Brigadas, batallones y compañíasn y las introducían en sacas debidamente identificadas. A las 8 de la mañana, Rosario y sus compañeros acudían puntualmente a recoger el correo, y sin demora se dirigían dando un rodeo para evitar las zonas más próximas al enemigo, aunque en más de una ocasión fueron tiroteados al introducirse por error en territorio controlado por los nacionales. Hasta que el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, los nacionales se apoderaron de Brunete.


Rosario regresó a Alcaá con las tropas del Campesino, aprovechando la ocasión para casarse con Paco. El enlace se celebró por lo civil el 12 de septiembre, acompañados de familiares y amigos. Alquilaron una modesta vvienda en la localidad, donde vivieron us pasión semanas intensas. Rosario se quedó embarazada, pero su felicidad duró muy poco. El 21 de enero de 1938, Paco partió rumbo a Teruel con los hombres con los hombres de la 46 División para rebelar a los de la 11º, que habían participao en la toma de la ciudad, la primera capital de provincia que las tropas republicanas lograban reconquistar desde el inicio de la guerra. Como antes con Brunete, los republicanos cedieron luego Truel, y las tropas del Campesino regresaron a la capital agotada. Estuvieron dos semanas juntos, hasta que la unidad fue enviada al frente de Aragón para contener otra ofensiva fascista en la zona.


Durante meses, su único contacto eran las cartas que se escribían. Largas cartas donde expresaban sus sentimientos. Angustiada por semanas sin saber de él, limitándose a ver pasarlos ías debido a su estado de gestación, Rosario comenzó a trabajar en la oficina de Dolores Ibarruri. La Pasinoaria había organizado en el número 5 de la calle de Zurbano para reclutar mujeres que cubrieran los puestos de trabajo que los hombres dejaban libres cuando se marchaban al frente. Estuvo allí hasta el 22 de julio, fecha en que tuvo a su hija en el Hospital de Santa Cristina, en la calle O´Donell, a la que puso el nombre de Elena.


Las tropas del Campesino participaban activamente por entonces en la ofensiva del Ebro. La batalla más decisiva e la guerra concluyó 4 meses más tarde, el 15 de noviembre, cuando las tropas de Franco diero por reconquistadas las onas que perdieron el verano anterior, partieron la zona republicana en dos y decidieron avanzar hacia Barcelona. Fue entonces cuando las cartas de Paco dejaron de llegar, y Rosario n supo si había muerto, si había logrado escapar a Francia, o era uno de los miles de prisioneros que hicieron los fascistas a su paso.
El 26 de enero e 1939 las tropas de Franco entraban en Cataluña, y 3 meses más tarde lo hicieron en Madrid. La guerra habia acabado.


Rosario dejó a su hija con su madre e intentó escapar por Alicante con su padre, donde fueron capturados junto con otros 15 mil republicanos que esperaban exiliarse a bordo de barcos de la Sociedad de Naciones que nunca llegaron a puerto. Fueron conducidos al campo de Los Almendros, donde fusilaron a Andrés. Rosario fue loiberada y trasladada a Madrid, donde de nuevo fue detenda por vecinos falangistas de su pueblo, que la encarcelaron en la prisión de su pueblo, y luego en Getafe, mientras se incoaba el procedimiento sumarísimo de urgencia 34.378. La petición fiscal e pena de muerte fue conmutada a 30 años de prisión por delito de adhesión a la rebelión. Ella, que había defendido la legalidad republicana, era acusada de haberse levantado conta los que la violaban. 


Su primer destino como penada fue la prisión de Ventas, convertido en un enorme almacén humano en el que se hacinaban más de 4 mil mmujeres, pese a su capacidad para 400. En ella permaneció por un espacio de dos meses y medio, hasta su traslado a la prisión de Durango, un convento de monjas donde hasta hacía muy poco las novicias tomaban sus votos como monjas. Comenzaría un periplo carcelario que la llevaría a las cárceles de Orué y finalmente, a la de Saturrarán, donde el 28 de marzo de 1942, tras sufrir3 años de encierro y todo tipo de calamidades, fue puesta en libertad gracias a los beneficios penitenciarios que el nuevo régimen se veía obligado a decretar para aliviar sus prisiones. El mismo día que salía de la cárcel moría su amigo alicantino Miguel Hernández en prisión, víctima de una tuberculosis, agravada por el penoso estado de las prisiones. 


Desterrada a 200km e Villajero, Rosario marchó a Samprón, una pequela aldea del Bierzo leonés, en el que vivía una antigua compañera de prisión que había salido libre antes que ella. Durante dos meses, la guerrra se convirtió en un recuerdo lejano, hasta que el instinto por recuperar a su hija la llevó de nuevo a Madrid, pese a la prohibición de hacerlo. En la capital buscó la ayuda de otra compañera, Rufina Núñez, quien la acogió en su casa. 


Las semanas siguientes descubrió que su hija Elena estaba a cargo de su suegra. Acababa de cumplir 4 años y era una niña espigada, delgada, que rompió a llorar cuando aquella desconocida la abrazó llorando diciendo que era su madre. La vida parecía recuperar sentido, y por medio también de Rufina, mandó recado a su madre,  quien acudió a Madrid parfa reencontrarse con ella. Tan solo faltaba Paco, de quien s suegra no sabía nada desde que acabó la guerra. Fue su cuñado José Luis quien le reveló que su amrido vivía en Oviedo, se había vuelto a casar y tenía dos hijos. El régimen de Franco anuló los matrimonios civiles republicanos, y ella era, afecta a a Iglesia, madre soltera.


Viajó a Asturias en su buscapero no lo entoncró. Los padres de Socorro, su nueva mujer, le dijeron qe hacía 9 días que se habían mudado a Barcelona en busca de trabajo. Pensó que todo se había acabado. Rehizo su vida con un hermano de su amiga Rufina, con quien tuvo otra hija, y del que acabó separándose a los dos años. Ella comenzó a vender tabaco americano de contrabando en la Plaza de Cibeles. Hasta allí fue a su encuentro Paco. Cuando se encontraron, habían pasado 15 años desde su despedida en el lejano marzo de 1938. Demasiado tiempo para que todo volviera a ser igual.



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