domingo, 2 de enero de 2011

SIGÜENZA

El 24 de julio de 1936 llega a Sigüena una pequeña avanzadilla cenetista al mando de Cipriano Mera. Tras él, columnas milicianas: en el convento de las Ursulinas las milicias anarcosindicalistas, en las Franciscanas, el batallón comunista Pasionaria, cerca del Obispado, las milicias de Ferroviarios de UGT y las milicias del POUM en la estación de ferrocarril. Unos 5.000 hombres. Mera abandona la ciudad el ía 25

"Al llegar a Sigüenza, quedé sorprendido del cuadro que se presentaba ante mis ojos. Se trataba de una gran ciudad ocupada por conventos. Tenía un espléndido palacio arzobispal, un monumental seminario con una biblioteca adjunta, una catedral famosa con ricas joyas y obras de arte, que se conservan cerradas para seguridad, y muchos templos con suculentas curiosidades.

El convento que ocupaba la CNT era uno de los lugares más espaciosos del lugar, alojándose allí casi los mil hombres que formaban el batallón. La iglesia era de piedra, y tan gran que podría acoger a todo el pueblo. El local principal de la iglesia se detinó para comedor, dando cabida a todos los comenales del batallón. Pero a poco de estrenar el local, los fascistas lo destruyeron alcanzandolo con una bomba.
 El local que servía como ropero era un salón, atestado por ropa corriente de consagración, además de grandes reservas de telas de hilo y seda. Un día avisé a las mujeres más necesitadas para que se levaran lo que necesiitarran, dejando allí sólo los muros. 

Tras mi llegada, vino a visitarsme el teniente de Sanidad Militar, quien acabó confesando que no le parecía bien que los médicos fuésemos armados hasta los ojos como íbamos nosotros, pues si los fascistas nos tomaban, tendrían el derecho de fusilarnos, según los Acueros de Ginebra, a lo que yo le contesté que ignorara tales acuerdos y que se armara bien para lo que podría venir. Pocos días después le sorprendí colocando cruces rojas sobre las tejas de los Hospitales Militar y Asilo, y al advertirle de que aquello era un banco perfecto para la aviación fascista, volvió a invocar los acuerdos de Ginebra. Precisamente estos edificios fueron destruidos por la aviación enemiga.

 Desde el momento en que llegué a la ciudad y analicé su situación política, sabía que estábamos perdidos. Nuestra fuerrza se había estancado allí, en lugar de marchar contra el Aragón fascista, al mismo tiempo que los catalanes debñian empujar contra Zaragoza.Los tanques se dirigieron varias veces sobre el castillo de Atienza. Aquel castillo, a pie del pueblo, se veía a simple vista desde Sigüenza. Se practicaron  ó 4 ataques contra el pobladol llegando a su entrada e intercambiando disparos con el enemigosin llegar al castillo, y luego, vuelta a Sigüenza. 


La última expedición que se hizo, en la retirada, un avión fascista lanzó algunas bombas sin hacer blanco. Esa tarde se rompió el fuego al oeste de Sigüenza, en dirección al castillo de Atienza, haciendo una tregua al caer la noche. Pero por la mañana se reanudó el combate, estando nuestras filas reforzadas por la presencia de numerosos guardias de asalto y artilleros, con varios cañones de 7.5 teaídos de Guadalajara, donde había un campamento militar. El coronel Jiménez Orgue tomó el mando de todos ellos. A poco de romperse el fuego, cayó una joven muerta con una herida de bala en la cabeza y dos hombres heridos, uno con un balazo en el estómago y otro, con una herida contusa muy aparatosa en el pecho, causada por una bala de cañón que no estalló, y e rebote golpeó al miliciano.

La artillería lanzaba continuamente sus proyectiles sobre el castillo, respondiendo débilmente los fascistas. La descarga de fusilería se sucedía sin interrupción. En la colina me paré con el coronel Jiménez. Para él, la bravura de los milicianos era enorme, pero no tenían disciplina, habiendo dispersado y avanzado sin órdenes suyas.



Por la tarde, los proyectiles de cañón caían a nuetsros pies, y las balas silbaban sobre nuestras cabezas. Llegó la noche y la lucha siguió en el mismo punto. e pronto, alguien ordenó que avanzasen los dos carros blindado que nos había enviado la CNT  de Madrid. Siguieron una estrecha carretera qe estaba cortada a un centenar de metros de distancia, y al detenerse, fueron blanco de los fascistas, que los tumbaron averiados, teniendo luego nosotros que destruirlos co dinamita. Allí recogimos malherida de un brazo a una joven de 15 años, hija de un minero de Almadén, que murió tuberculoso. La muchacha se incorporó al grupo de los anarquistas, en unión con su hermano, y la madre me pidió que la cuidara. La puse en al retaguardia, fuera de todo peligro, pero su pasión revolucionaria le hizo ocupar un puesto importante en el frente.


No se por qué pero se tocó la retirada,y las tropas comenzaron a desplegarse hacia Sigüenza. No tuve tiempo de avisar al médico para que se viniera con nosotros, y al poco tiempo, fue fusilado or los fascistas en la puerta de su casa, por la ayuda que nos había prestado.


La situación fue empeorando por momentos. Los fascistas fueron estrechando el cerco, arrojando sus proyectiles sobre la ciudad con mucha precisión. 
Baides era un pueblo muy bonito, situado en las alturas, a 20km de Sigüenza. Como en todos los pueblos, los pobres se unieron en la lucha. En el centro, había un verdadero palacio rústico, habitado por un amigo y cómplice de Romanones, quien huyó. Este edificio era muy alto, y las casas de los humildes se disponían a su alreedor, como arrodilladas. El edificio fue ocupado por los dirigentes locales de la CNT y el grupo de sanitarios.

Separadas or un riachuel poco caudaloso, nordeao de álamos, se encontraba la estación de ferrocarril, que sufrió repetidos ataques de la aviación fascista, bien por su posici`´on estratñegica, por la influencia comunistas e estos pueblos. Teniamos un buen refugio: era una galería abierta en tierra de 50m bajo un alto montículo. Aquel lugar sirvó en otra época como almacén de vinos del pueblo. A una señal de alarma, todo el pueblo acudía al refugio, acomodándose bien.



Todos los días al amanecer dejábamos el pueblo cruzábamos la estación y subíamos a pie una empinada montaña, llegando a una explanada, en cuyo extremo norte, tenian emboscados a nuestros milicianos.

Un dá contemplé desde esta altura la pasada de un trimotor alemán en dirección a Sigüenza. Planeó sobre la ciudad, y al momento, dejó caer una gran bomba. Era el primer aeroplano que sobrevolaba Sigüenza, y la gente, confiada, salió a la calle a recibirlo. La bomba cayó por sorpresa sobre la multitud, causando numerosas víctimas civiles. A poco de ese suceso, mandaron una escuadra de aeroplanos atacaban por el aire, ientras el ejército embestía por tierra. El hospital fue bombardeado, pese a la gran cruz roja colocada según el acuero de Ginebra. Los heridos hospitalizados fueron pasando por la bayoneta. Se fusiló a los médicos y al teniente de Sanidad. Una joven llamada Esperanz,a que trabajaba en la oficina, no fue fusilada, pero sí colgada de un árbol, viéndose de lejos cómo se balanceaba el cadáver.


El hospicio, con su cruz roja, fue hundido por la aviación. Sólo escapó un soldado viejo que estaba de guardia, que legó herido sin nariz.
Bajo tierra, aparte de combatientes perecerían unas 600 civiles de tendencia derechista. Los últimos combatientes se refugiaron en la catedral, muriendo hasta el último, pero resistiendo, sus gangrenas, el hambre.

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